lunes, 27 de junio de 2011

El nombre

El caminar siempre con la vista hacia el suelo, hace que evites siempre dar malos pasos ante baldosas sueltas que el ayuntamiento por falta de fondos, deja de reponer o componer, pisar caquitas caninas que dueños insolidarios dejaron atrás, encontrar monedas que nadie se molesta en agacharse a recoger y observar siempre la cantidad de papeles y desperdicios que solemos arrojar como si el mundo fuera una gran papelera o un cubo de basura, en este país no nos damos cuenta que eso es otra de las innumerables razones por las que nunca seremos europeos.

Pero aquello no era un desperdicio más, era una fotografía impresa en tamaño estándar con el rostro de una mujer, contemplé sus bellos rasgos, una mujer morena de tez blanca, nariz pequeña pero respingona, ojos oscuros, labios gordezuelos que esbozaban una picara sonrisa mostrando unos relucientes dientes, blancos como perlas. Vestía un jersey azul cobalto y en su cuello brillaba el pico de una camisa blanca.

Lo más lógico es que hubiera vuelto a depositar la fotografía en el suelo o en plan más cívico, ingresarla dentro de una papelera, pero no, mantuve la foto en mi mano mientras continuaba con mi paseo, llevaba más de una hora y media caminando por lo que aproveché la circunstancia para sentarme en un banco bajo la reparadora sombra de un plátano, volví a contemplar el rostro de la bella desconocida, haciendo cábalas sobre ella.

¿Cuál sería su nombre? Hay personas a las que el nombre va intrínseco con sus rasgos, el pastor de mi pueblo se llama Toribio y no me lo imagino llamándose Jose María, por lo que a mi personaje debería esforzarme en encontrarle un nombre adecuado, descarté llamarla Vanesa, Olivia, Celia o cualquier otro nombre de nuevo cuño, ¿Un nombre romano o heleno? Helena, Diana, Ariadna… No me cuadraban, sus rasgos morenos impedían esa elección, pero a pesar de ello, tampoco se adecuaba que la hubieran bautizado con algún epónimo local, como Valle, Hontanares, Regla, Covadonga, Rocío. Definitivamente no, ¿Nombres extranjeros acoplados al santoral? Roxanne, Wanda, Yasmina, Natacha, imposible, eran del todo imposible, ¿Un nombre corto? O, Ana, Eva, Fe. ¿Nombre largo? Penélope, Rosalinda, Anunciación ¿Una piedra preciosa? Ágata, Ámbar, Coral, Gema ¿Una flor? Rosa, Amapola, Camelia, Jazmín ¿Un nombre histórico? Cleopatra, Dulcinea, Ifigenia.

Llegó un momento en el que no era capaz de imaginar más nombres de mujeres, pero no era capaz de acoplar ningún nombre, pero por fuerza alguno tenía que tener, no podía hacer otra cosa más que bautizarla de alguna manera, no me podía dirigir a ella como la señorita equis, sabía que esta y otras noches soñaría con ella y en mis sueños al llamarla no me podía quedar sin voz, tenía que hablar con ella, dialogar, contarle mi vida y que ella hiciera otro tanto, le di mil vueltas a la foto por si estuviera detrás apuntado, si encontrara una pista que me liberara de la incógnita, pero mi anhelo fue en vano.

A veces algún diablejo anda suelto por el mundo, ¿no? Si, seguro que si, me levanté del banco para continuar con mi paseo y allí estaba ella, con una bolsa del supermercado, de las que ahora valen veinte céntimos, imagino que se me dibujó una sonrisa en la cara al verla, con ella me acerqué con la fotografía por delante.

- Toma, se te ha debido de caer.

- Muchas gracias.

Pues si, estoy seguro de haber descartado todos los nombres incorrectos, pero no soy capaz de encontrar el nombre adecuado para ella. Si fuera su padre ¿Qué nombre le pondría?



martes, 21 de junio de 2011

Otra dimensión

Pulso un botón y unas fauces metálicas me engullen, no es un monstruo o casi, sencillamente es un ascensor. Un interior luminoso me acoge y me transporta, no solo en vertical y hacia arriba, pues hay otras dimensiones.


 

Primera planta. Un compañero de trabajo me recibe, le declaro mi extrañeza al verle.

- Pero si tu estás de baja

Y no pude decirle nada más, nos fundimos en un fuerte abrazo. – Estoy muy enfermo. – Me dice y debe ser verdad, pues observo su pelo blanco, encanecido prematuramente, a pesar de nuestros pasados desencuentros, no puedo más que emocionarme al contemplarle, ha cogido peso y eso se refleja en un rostro un poco abotargado. Me alegra mucho verte. – Me dice y seguro que es verdad.



Segunda planta. En el display en vez de la cifra 2 figura 1960 algo ocurre aquí, es un maravilloso mundo en blanco y negro, pero no es un mundo plano, hay una miríada de tonos grises, me encuentro en una película del pasado siglo, posiblemente de Berlanga pues estoy en Madrid, veo a mi padre otrora con el pelo cano, se representa con su pelo azabache y ondulado, airoso con su sempiterna sonrisa, afortunadamente sin nadie que le de coba, le digo que le echo de menos y me responde que es imposible, que yo no he nacido y que él no está muerto..



Tercera planta. Cualquier calle desconocida e imaginada, atravieso el barrio, observo una churrería, afortunadamente continúan enlazando los churros con un junquillo. - Es lo suyo. – me digo, ¿Para qué sirven los churros rectos como palos? Para nada. Lástima que mi mayor anhelo esté agotado, el olor de las porras me atrajo hasta aquí, pero esta vez me quedaré sin comerlas.



Cuarta planta. Final del trayecto, las puertas se abren solicitas, por fin he acertado con la dimensión correcta, el lugar me es totalmente conocido, saco las llaves del bolsillo del pantalón, abro la puerta y entro en mi hogar.

martes, 14 de junio de 2011

Mirando al suelo

Me podía enamorar de ella solo por sus pies, entró en el vagón y algo me hizo apartar la vista del libro que estaba leyendo, no se por qué, pues como siempre estaba embebido en la lectura, viviendo otra vida en otro mundo lejano, no se que extraña sensación me hizo regresar de mi viaje y fijarme en tan maravillosos apéndices festoneados por unos pequeños y gordezuelos deditos de color rosado.

Las uñas las tenía pintadas de un coqueto color rosa, en las que al reflejarse la luz de los neones del vagón, salían reflejados rayos multicolores provocados por minúsculos brillantes engarzados, esto causaba si cabe, un mayor efecto hipnótico en mí. Me fijé en sus meñiques, para poder pintarlos debió de utilizar los servicios de un artesano capaz de poder dibujar el cuadro de las lanzas en un sello, ¿Cómo se las había apañado para poder poner tan ínfima cantidad de pintura en tan poca superficie? Su dedo meñique era una obra de arte minimalista, era un angelito de Murillo acompañando a cuatro hermanos mayores alabando las virtudes de su dueña.

Para calzar tan lindos pedestales, usaba unas livianas caligae, tan de moda en los últimos años, unas largas trenzas se enrollaban a las columnas de sus piernas formando un nudo gordiano imposible de deshacer, seguro que su dueña sin llegar a ser tan taxativo como Alejandro, sabría la combinación para desnudarse de sus ataduras.

No podía mirar más arriba ¿Para qué? ¿Qué iba a encontrar más arriba? Nunca me sentí un Livingstone, siempre fui un conformista. El tren frenó bruscamente su marcha, perdí la página que estaba leyendo, daba lo mismo, la aventura podía esperar, hoy estaba en otro paraíso en este mundo, los otros mundos tendrían que esperar.

Una chirriante voz salió de los altavoces:

- Próxima estación, Ciudad lineal.

Cerré el libro, me levanté del asiento y despidiéndome mentalmente de ella, salí del vagón.

martes, 7 de junio de 2011

Ultima parada

- ¡Pero bueno! Si es Ángel

- ¡Olga, qué alegría!

- Cuanto tiempo sin vernos.

- Tienes razón treinta y…

- …Tres años sin vernos, desde aquella vez en Alicante.

- Tienes razón, me acababa de casar.

Ella bajó los ojos hacia el suelo y se mordió el labio en un movimiento apenas perceptible, pero lo capté pues su cara llenaba mi visión, después de tantos años sin verla, me estaba emborrachando con su presencia, sabía que aquella era la última parada del recorrido de un tren en el que no me iba a montar, que cuando el jefe de estación levantase el banderín rojo, ella volvería a salir de mi vida, una vida que nunca compartimos.

- ¿Tienes unos minutos para tomar un café juntos?

- Por supuesto.

- ¿Cómo tú por aquí? Te hacía en Torrejón

- ¿Quién te lo dijo?

- Tu padre, alguna vez le vi, pues solía seguir yendo a veranear como siempre a Candeleda.

- Si, el pobre llevó muy mal la muerte de mi madre y le gustaba seguir veraneando allí. ¿Tu sigues yendo, verdad? ¿Sigues teniendo la casita de campo allí?

- Si, sabes que a mi la sierra me encanta, es mi vida, no concibo un fin de semana sin respirar el aire que baja de las cumbres. ¿Te acuerdas? Fueron muchos años de veraneos eternos, tres meses sin ataduras, viviendo como si fuéramos parte de una tribu perdida en Jauja, dispuestos a disfrutar, a soñar, a pasarlo bien, sin más atadura que tener que volver a casa por la noche a dormir, semana tras semana hasta el maldito mes de Septiembre donde nos desperdigaríamos llenos de obligaciones en un Madrid frío y gris, sin los colores del campo.

Ella asentía silenciosa mi larga parrafada, jugaba a enrollarse el dedo en un rizo de su cabello rubio, el tiempo había causado estragos sobre ella, había engordado y algunas arrugas surcaban su rostro, a pesar que sabía con certeza que ella las habría combatido con todos los medios a su alcance que sabía que no eran pocos, pues en su casa nunca faltó el dinero. Ella también me observaba, por lo que imaginaba que así mismo, estaría pasando un examen bajo su mirada escrutadora, seguro que notaría que mi incipiente barriga de otros tiempos, dejó de serlo para convertirse en una realidad, que mi tortuoso flequillo que tanta gracia le hacía, dejó paso a un vacío desolador y que mis sienes se habían convertido en un paisaje nevado. Por fin ella rompió su mutismo.

- ¿Qué tal te encuentras? Mi padre me contó que sufriste un terrible accidente.

- Muy bien, recuperado completamente, fue una época terrible para mí, pero con la ayuda de mi mujer lo superé.

- Ya entiendo…

- Y tú ¿Te casaste?

- Si, tuve una niña, pero ahora vivimos solas las dos, nos divorciamos.

Dentro de su inconexa respuesta, noté un poco de rubor en sus mejillas, como si se avergonzara de algo, no sabía si era por su boda o por su divorcio, intentó esconder el sentimiento que afloraba, revolviéndose en el sillón, cruzó por enésima vez sus piernas, dejándome ver unas botas de diseño, seguro que de algún italiano de renombre como ella solía comprarlas.

- Lo pasamos bien ¿Verdad?- Me preguntó.

- Si, fue una infancia fabulosa.

- No me refería a la infancia, más bien a lo de después.

- ¿A lo nuestro? – Respondí con un susurro apenas audible.

- Si – Me respondió, mientras con la mano izquierda se frotaba un ojo.

- No se que decir, fue una agradable experiencia, despertamos los dos a unas nuevas sensaciones, yo aprendí mucho.

- No sé, me arrepiento de algunas cosas que pasaron, hubo cosas que no me gustaron, por ti, por mi…

- Nunca pienso en lo malo, los errores si los hubo, quedaron dentro de la gran experiencia que fue conocernos y querernos…

Un silencio incomodo surgió entre los dos, lo peor que nos podía pasar llegó, el final traumático de nuestra relación se interponía de nuevo, un dolor punzante en el corazón llegaba a la vez que nos atenazaba el cuello, con un inútil carraspeo intentaba poner fin a esa situación, pero el dolor impuso un velo gris entre nuestros ojos, pues entre nuestras almas la cicatriz ya era vieja, pero sangró de nuevo al reabrir la herida.

- Deja que te invite.

- Si, como siempre pagas tú.

- Sabes que soy de la vieja escuela.

- Y que me abrirás la puerta y dejarás que pase yo primero.

- ¿Vas al metro? Te acompaño a la entrada.

El silencio ya no nos abandonó en todo el trayecto, en la boca del metro el adiós, el tren partía para siempre, el jefe de estación levantó el banderín rojo.

- Bueno, estamos en contacto. –Me despedí

- No nos hemos dado los teléfonos.

- Mejor.





Más que el relato, este guiño va dedicado a Joaquín.



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