domingo, 23 de diciembre de 2012

Las historias de un bobo con ínfulas


Este es el segundo libro que adquiero a un amigo bloguero este año, y eso está muy bien, al fin y al cabo, además de plantar un hijo y tener un árbol, esa debería ser la premisa indispensable que todos deberíamos tener en la vida, o no. Como dice el propio autor en uno de sus capítulos: la vida es un relato narrado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada.

¿Y quién es el autor? Pues ni más ni menos que nuestro común amigo José (él lo prefiere con acento) Antonio del Pozo, a quien respetaba por sus palabras muy bien juntadas en su blog http://elblogdejoseantoniodelpozo.blogspot.com.es/ y a quien después de conocer en persona y leer su libro venero como escritor y estimo como amigo.

Pues como no quiero ser egoísta y quedarme solo en el conocimiento de su obra, os planteo que tenéis la necesidad de comprar su libro ¿os vale como excusa el ser considerado un autoregalo de Reyes? O mejor aún comprad varios ejemplares y liberarlos en los bancos de los parques, para que así, seres anónimos sean también copartícipes de la magia que encierra el libro.

¿Otro botón como muestra?: …//… Vertical espesura de selva intrincada. Hondas frondosidades de enramadas. Boscaje enmarañado. Una carne como una fruta viva y su mínima palpitación. Súbito terreno pantanoso, humedal del cañaveral, una ínfima convulsión, ábrete sésamo y la sublime cueva mágica que se abre más, más y más, como un íntimo temblor de tierras que trazara para mí un sendero empapado entre montañas de seda, entre laderas rezumantes del color de la fresa, que apartara a mi paso cámaras acolchadas en tonos magenta, vertiginosas cavidades aterciopeladas como pétalos de la rosa de los vientos, desplazando sucesivas capas de dulcísima cebolla...//... Ni os imagináis de lo que habla.

¿Cómo ser uno de los afortunados propietarios? Tan sencillo como seguir las instrucciones siguientes, de nada.

LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
154 pgs, formato de 210x150 mm, cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones del mundo” (Pessoa) 


jueves, 20 de diciembre de 2012

Bora Bora


Perdóname, espero que lo hagas, te lo digo desde la distancia que pone el tiempo, quizás te lo debería haber dicho mucho antes, pero mi afición literaria ha llegado tarde cuando ya hemos encanecido, pero quiero hacerlo antes de que caigamos en el pozo del olvido. Mientras recuerde tu nombre estoy a tiempo.

¿Por qué no me acordé antes de ti? Por eso mismo te pido perdón, porque solo fuiste una anécdota, una rama más en el árbol de mi vida, nada en mi corazón, siquiera una grieta, de mi infarto no participaste, mi corazón no sufrió por ti.

Entraste en mi vida de repente, no tuviste la culpa, tus padres alquilaron una casa en la Sierra y te acoplaste a mi pandilla, biológicamente yo era el macho alfa de la manada y tú como recién llegada tenías que ser mi novia, no te di otra opción, te lo dije claramente con el desparpajo que dan los dieciséis años.

No es el momento de hablar de mí, recuerdo como era y duele, duele recordarlo, una vida regalada y sin preocupaciones, no había un mañana por el que pensar, todo era fácil. Los días de verano en la Sierra eran eternos, crepúsculos que duraban años, rutinas espléndidas de baños en el río, conversaciones en la pradera y paseos por la dehesa.

A tu lado aprendí a liberar mis desbocadas hormonas; redondeces liberadas, extrañas semiesferas que siempre había contemplado veladas, por fin se me mostraban plenas, exuberantes y lamineras.

Ahora recuerdo que el otro día evoqué tu lengua, es difícil hablar de la lengua ¿A qué sabe el sabor? ¿cómo hablar de la suavidad de la tuya? ¿la lengua ajena se prueba? Mejor dejar de hacerme tantas preguntas, es malo para el relato, no aportan nada, solo diré aquí que no he vuelto a tener una sensación igual a la de aquellos besos.

Lástima, voy llegando al final, si, los besos me acercan al final, ahora me río, bueno, más que reír me carcajeo ¿verdad tocayo? Pero entonces lo pasamos fatal, salimos tremendamente avergonzados, si alguna vez el Alzheimer me borra el disco duro, creo que esta anécdota perdurará.

Sigue quedando feo el decirlo, pero estaba hecho un pimpollo, vestido con traje y corbata pues era la comunión de mi hermano. Esta vez las hormonas te debieron de jugar una mala pasada, entramos en el Bora Bora, un bar hawaiano de moda por aquel entonces, tomamos una mesa y pedimos una exótica bebida con mucho zumo y algo de alcohol, quizás éste influyera en ti pues jamás me vi en otra igual, tú, fogosa hecha una valkiria, una sílfide, una hurí una diosa griega, te abalanzaste sobre mí y me regalaste tu famosa lengua y toda tu humanidad.

Apabullado sí que estaba un poco, ya he dicho que tamaña efusión fue difícil que nadie me la propinara en adelante, pero sí que me encontraba entonces en el cielo o por lo menos a cien metros sobre el nivel del mar medido en Alicante.

Pero el lado oscuro de la fuerza acechaba, el paraíso tenía fecha de caducidad en esta España de los setenta pacata y gazmoña, un ángel con su espada flamígera acechaba, pero éste vestía de negro, un camarero que nos mostraba la salida, apuntándola como un feo remedo de la estatua de Colón que calle Almagro abajo apuntaba su presencia y a voz en grito te dijo:

-          ¡Señorita, por favor!


Por supuesto que este relato va dedicado a Jose Antonio del Pozo, pues es el único culpable de haberme hecho recordar esta anécdota, solo a él se le ocurre citarme a tomar unas caña (las mías sin alcohol) a veinte metros del desaparecido Bora Bora. Por supuesto que no volví a entrar en él y me alegré le día que colgaron el cartel de “se alquila”.




sábado, 8 de diciembre de 2012

El museo




Me encontraba en el momento álgido de mi trabajo, no podía fallar o toda mi obra se vendría abajo, la capa de porcelana debía de ser la justa, ni muy fina ni muy gruesa. Encontrar el punto exacto es lo que nos diferencia a los verdaderos maestros en el arte de la fabricación de muñecas de porcelana.
Como de costumbre esta vez también encontré el momento adecuado, deseché el resto de la pasta todavía líquida y me concentré en la pieza que tenía entre las manos, otra futura obra de arte, aunque me esté mal el decirlo, pero en su conjunto, todo el trabajo que supone, a la postre encierra una belleza intrínseca en su interior.



La parte de este trabajo que más me agrada es la de convertir un rostro cerúleo en uno vivo, capaz casi de ser confundido con la tez de una persona, pero dejando bien a las claras esa sutil diferencia que nos indica que estamos ante un ser inanimado.



Me dispuse pues a darle color a la cabeza y al resto de los miembros, una capa tras otra y a la vez con cada una, una ligera pasada por el horno hasta conseguir darle el aspecto de la carne humana. Luego coser y recoser los cabellos por los agujeros de la cabeza y anudarlos dentro, estos siempre son humanos, los cabellos sintéticos nunca dan el tono adecuado, dan una sensación de artificialidad nada conveniente, siempre los compro a un mayorista de la península, aunque estos precisamente no me hicieron falta comprarlos.



Dentro de mi mundo soy un artista bastante conocido y valorado, no hay exposición de muñecas que se precie que no cuente con alguna creación mía, las colecciones más prestigiosas de Centroeuropa se desviven por contar con alguna de mis creaciones, fabrico muñecas de todas las clases y tamaños y mi especialidad es poner en los rostros una sonrisa pícara muy especial, no he llegado a crear la sonrisa de la Gioconda, pero poco a poco me voy acercando.



La celebridad y el desahogo económico me permite vestirlas con ropa de los mejores diseñadores de moda, por supuesto que ellos mismos se aprovechan de la publicidad recibida cuando utilizo su ropa, dentro de poco serán ellos los que paguen por servirme de sus modelos.



Últimamente se extrañan de mis creaciones a tamaño natural, series únicas en las que el molde es destruido y lo más extraño para ellos, no están a la venta, solo se exponen en mi museo particular, precisamente estoy terminando la última por ahora, especiales pues el cuerpo no es un burdo cojín relleno de estopa y otras fibras, en estos casos es un caparazón también de cerámica en el que introduzco mi secreto, aprovecho hasta el último hueco, pues antes tomé medidas, y luego lo sello herméticamente para que los olores no me delaten, lo visto como en el original, en este caso no me molesto en fabricar un muñeco con ropas de diseño, la naturalidad impera ahora, quiero recordar tal y como fue el modelo.



¿Cómo los elijo? Sencillo, voy por la calle fijándome en la gente, en sus movimientos, sus gestos, cualquier rasgo distintivo de su cara, todo eso hace que me pueda fijar en una persona. Al principio la fotografío a distancia, necesito captar como son en su intimidad, en su ambiente, caminado por la calle, tomando café en un bar, paseando por la playa o charlando con sus allegados. Luego me presento a ellos, soy lo suficientemente conocido como para que no se extrañen de mi propuesta ni se alarmen, la confianza es fundamental, les hago una propuesta que sencillamente no pueden rechazar y los llevo a mi estudio, aquí en este sótano bajo una gruesa capa de hormigón, empieza el trabajo previo con ellos, copiar fidedignamente todas y cada una de las partes de su cuerpo.



Utilizo sus cabellos para que no desmerezca mi obra, y en vez de alambres, ensamblo el muñeco con lo que sé que no se va a desarmar, permanecerá para siempre unido, pudiéndole dar a mi obra una pose natural, nunca artificiosa, tendones y músculos aun desecados lo permiten, mi última obra toca a su fin.



Hoy ha llegado un matrimonio muy amable a visitar mi museo, según me refieren son de Madrid y están alojados en Puerto de la Cruz, todavía les quedan unos días de visita. Me he fijado especialmente en él, un ejemplar muy interesante, un poco rellenito, por lo que tendría que ampliar el horno, pero creo que merece la pena pensar en crear otro de mis muñecos.



Merece la pena visitar el museo de muñecas de Icod de los Vinos, eso sí, llevaros un GPS o el plano impreso desde casa, en el díptico de propaganda que podréis encontrar en algunos lugares como el mariposario, no está ni por asomo indicado como llegar, tampoco busquéis carteles indicadores pues el ayuntamiento quitó la mitad de los que puso el dueño, cosas de la promoción y la estética. Si a pesar de todo conseguís llegar, os daréis cuenta en seguida que sois unos privilegiados, nadie parece que lo consiguió antes que vosotros ¿el motivo? Una preciosa tela de araña tejida entre las buganvillas indica que hace tiempo que nadie entró, dentro dos chalets acogen una colección de lo más asombrosa y poco vista por España, os dejo el enlace:
El dueño mismo de la colección os guiará por los salones llenos de muñecos, es un poco “austríaco” pero se le entiende bien, a mí especialmente me miraba de una forma que a veces me daba escalofríos…

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Fracaso


Aprieto la cuchilla contra mi muñeca izquierda y esta va dejando un surco recto, blanco al principio y enseguida rojizo, pintado por la sangre que comienza a surtir impaciente, siento con ello una liberación según las gotas van cayendo al suelo del baño. Ahora toca el otro brazo, apenas si puedo apretar por lo que siento que este corte no es tan profundo como el otro pero el resultado es el mismo, la sangre mana igual de la herida recién abierta, surge suave pero constante, dejo caer la cuchilla pues ya no es necesaria, me siento en el plato de la ducha, apoyo mi espalda contra los fríos baldosines y cierro los ojos, inspiro suavemente y expiro con fuerza, como si no me hiciera falta el aire, como si ya yaciera yerto y no fuera a utilizar los pulmones, tampoco tardará mucho tiempo en ocurrir.
Dos pequeños regueros bajan entre mis dedos, poco a poco van formando un charco que escurre perezoso hacia el desagüe.
Noto con cada palpitación como el corazón va vaciando mi cuerpo, mi vida se escapa con cada latido y estos cada vez son más débiles, una lasitud me empieza a  invadir, mi cabeza al fin se abate sobre mi pecho y mi cuerpo se escurre hasta encontrar el tope que hace la mampara lo que impide que encuentre la horizontal.
Ya no oigo nada, soy insensible a cualquier estímulo exterior, aunque pudiera abrir los ojos sería incapaz de ver nada, poco a poco voy perdiendo el conocimiento y mi mente se va nublando, entro en un agujero negro cada vez más profundo, oscuro, oscuro, oscuro.
 
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Un momento, algo raro está pasando, no lo tengo muy claro pero estoy pensando, dentro de la oscuridad que me rodea, pienso que esto no es el cero absoluto, la nada o el todo, puesto que nunca traspasé anteriormente el umbral de la muerte, no sé lo que hay al otro lado pero creo que no estoy en el camino correcto ¿habrá algo que me retenga? No me apetece vagar por la eternidad en un plano astral intermedio, vaya, creo que estoy desbarrando y ya no sé lo que digo o mejor dicho, lo que pienso, mejor voy a poner mi mente en blanco.
 
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¡Maldita sea! He fallado, abro los ojos (porque puedo) y veo las blancas paredes y los elementos que acompañan a la habitación de un hospital.
El primer sentimiento que me viene es el de la vergüenza, el haber fracasado en mi intento me llevará a dar todas las explicaciones que no me apetecen dar ¿Por qué lo hice? Eso es cosa mía y no pienso compartirlo con nadie.
Estoy abatido, me hablan y no contesto, lloro continuamente, después de haber reunido todo el valor necesario para realizar mi acción pasada, no hay derecho a que tenga que pasar por el mismo infierno que creí dejar atrás. Las enfermeras, pobres ángeles, intentan animarme y traerme algo de consuelo con múltiples atenciones, pero sé que su presencia junto a mi cama es efímera, pronto otro tipo de médicos intentarán reparar, no las heridas de los brazos, sino las del alma y ésta cayó rota en mil pedazos hace tiempo.
 
 

lunes, 19 de noviembre de 2012

Un payaso en el metro

Todos los payasos  tienen el alma triste y aquí estoy yo para corroborarlo, en la vida no podía ser otra cosa más que payaso, cuando nací se me pegó como un estigma del que nunca podría librarme, payaso nací y payaso moriré.
No hay que confundir payaso con el gracioso del lugar, poco hay que explicar sobre esto, las diferencias saltan a la vista, el graciosillo es ese que cuenta los mismos manidos chistes una y otra vez ad nauseam, a pesar que haya gente que gaste con ellos el apelativo de payaso, nada más lejos de la realidad.
La nariz roja no solo hay que tenerla en la cara, también hay que llevarla en el corazón, no es un galardón, es un peso terrible por la responsabilidad que conlleva, ésta oprime el pecho e impide la respiración.
¿Cuánto vale la sonrisa de un niño? Un potosí, sin duda; qué puedo decir, por supuesto que fueron mis primeros clientes, me costó mucho tiempo de ahorro y sacrificio comprar mi primer disfraz, la mitad de él confeccionado por mi madre y su prodigiosa máquina de coser “Singer”.
¡Qué público! Apenas abrías la boca, estallaban en carcajadas, por aquél entonces estaban de moda los Chiripitifláuticos y aprovechaba los chistes de aquellos cómicos geniales que eran “Locomotoro” y el “Capitán Tan”, con el tiempo me enteré que a su vez, ellos los tomaban prestados de Abbot y Costello, genios del blanco y negro que hicieron reír a la generación de mi padre.
Recuerdo todavía con emoción, cómo al final de mi estreno, después de que prorrumpieran en aplausos, rompí a llorar embargado por la emoción, marcando unos surcos acuosos en mi maquillaje. Cuanto tiempo ha transcurrido desde entonces… Obligado por mi entorno, no tuve más remedio que aparcar el traje de divertir y me dispuse a centrar mi vida en cosas más útiles para la sociedad como estudiar y labrarme un porvenir.
Nunca un payaso murió rico, o por lo menos uno que fuera honrado, algunas veces me introducía en el ambiente cirquense y encontraba una trastienda tremendamente dura, las lentejuelas de los trajes cirquenses sirven para que con su brillo, no se noten los múltiples remiendos. Así y todo, tenía su lado oscuro, nunca soporté observar las terribles condiciones en que vivían las fieras, animales enjaulados en cubículos de los que cualquier civilización sería estigmatizada si castigara a seres humanos, penar en esas condiciones.
Aun así, apreciaba en grado sumo el aire de hermandad, el ambiente bohemio y el no saber en qué ciudad sería la siguiente actuación y poder contemplar la cara de excitación que pondrían chicos y mayores cuando llegaran a un nuevo lugar.
Los años trajeron nuevos aires a un circo que agonizaba, desaparecidos los Hermanos Tonetti  y la gran Pinito del Oro, nada quedó del otrora llamado “el mayor espectáculo del mundo”, algunas patéticas escaramuzas solo lograron darle la puntilla.
Y de mí ¿qué contar? Dando tumbos por la vida, añorando la vida que no fui capaz de vivr y el ser que no pude ser.
Un día perdí a mi Colombina, mi razón de ser, caí en un abismo sin fondo, o eso creía yo. De mis negros pensamientos me rescataron dos ángeles que conocí, se dedicaban en su tiempo libre a visitar los hospitales para llevar a los niños enfermos una sonrisa y con ella un hálito de esperanza, una simple espuma roja en la nariz y su arte retorciendo globos para darles mil formas, transformaban los pabellones en lugares donde dolor y tristeza eran palabras olvidadas y sus rictus mutaban en sonrisas animosas.
Y así me embarqué con ellas desempolvando mi viejo traje y mi alma herida en un mundo de fantasía e ilusión.
Los domingos por la tarde, alguna gente me miran con extrañeza, no están acostumbrados a ver a un payaso tomar el metro, es lógico, apenas quedamos payasos por el mundo, o por lo menos payasos que utilicen el transporte público
Dedicado a Lorena y a Teresa, porque aun quedan ángeles.



lunes, 5 de noviembre de 2012

La tienda de la esquina y otros olores


Hoy han cerrado la corsetería de la esquina de la avenida de Moratalaz, la misma que me alegraba la vista en mis paseos, como sabéis tengo por obligación el caminar un mínimo de media hora diaria, exigencias de la cardióloga, aunque mis paseos cubren más bien la hora completa y muchas veces bastante más.

Pues sí, corsetería Lola´s ha echado el cierre, francamente en el nombre se lucieron, era lo único que aborrecía, primero porque tiene el mismo nombre que mi jefa y segundo porque parece una coña que bautices el local con aquello que precisamente vas a ayudar a ocultar con el género que precisas mercar.

Maldita crisis que acaba con los pobres minoristas de toda la vida, hoy las mujeres de los barrios obreros van a los chinos o a los mercadillos para comprar los hábitos que precisan, o directamente, para los más pudientes y privilegiados mileuristas, en los atiborrados centros comerciales, lugares abyectos, templos del consumismo, con una cacofonía de voces del gentío presente, provocada por arquitectos infames que no conciben en un lugar así, una silla o una alegre fanerógama.

Todavía retengo en mi memoria al bueno de Aquilino, el dueño de la tienda de ultramarinos del  barrio, alimentos servidos a granel y sin envasar en el plástico asesino, papel de estraza o incluso de periódico servían a tal fin, legumbres, galletas, embutidos, latas de todos tipos, colores y contenido; todo ello provocaba un olor especial incluso fuera del local, que no he vuelto a percibir.

Otro olor que añoro es el de la clase del colegio de la infancia, un olor mezcla de goma de borrar y madera de lapicero, de tinta china y de bolígrafo, de miedo a que el maestro te pregunte la lección y no la sepas con el consiguiente sádico castigo en forma de golpes con la regla de madera, añosa y ajada a fuer de su uso y abuso en tantas carnes pecadoras (peccata minuta) al fin y al cabo, años del ciego “la letra con sangre entra”. Dómines que enjugaban su frustración y ralos sueldos con castigos baremados en azotes.

Este añejo olor se mezcla con el que salía de la fábrica de cortezas que medianero, emanaba con toda plenitud y atormentaba nuestros estómagos, hoy en día sería inimaginable que junto a un colegio se acumulasen tantas bombonas de propano y de aceite que juntas podrían provocar una tragedia pavorosa, pero aquellos eran otros tiempos.

Vaya, con tantos olores me he perdido en mi infancia, y todo porque una pobre gente ha tenido que cerrar el negocio y que cuando camine por allí no podré alegrarme la vista con las últimas tendencias de dèshabillées y otros vestidos escasos de tela y plenos de sutiles transparencias.
 
 

viernes, 26 de octubre de 2012

Asesinato en el Mesolítico


¿Cuál el oficio más viejo de la humanidad? El noventa por ciento de los encuestados dirá que, por supuesto, el de meretriz, el diez por ciento restante discutirá que si peletero, cantero, pintor de cuevas, cazador, maestro armero, y varios etcéteras más; entre ellos introduciré el de investigador, por lo menos eso empecé a pensar en aquel instante al observar el cadáver en el interior de la cueva que nos servía de refugio de verano.

Carrana era viejo, pero no lo suficiente para morir así, de repente, su cuerpo descarnado, delgado a fuer de apenas comer lo suficiente, apareció en un lado de la cueva envuelto en su piel, su mujer, Plama, se quedó de rodillas, sin llorar pero con un rictus de incredulidad reflejado en su rostro, sabía que a partir de entonces para ella la vida ya no sería igual, sin un cazador que la trajese carne, sólo podría comer las frutas y bayas que ella pudiera recoger y vivir de los despojos de la carne que le cediesen los demás miembros, sus hijas hacía varios veranos que partieron para formar parte de otras tribus en los intercambios necesarios para evitar la consanguineidad, su único hijo Hetro, era el tonto de la tribu, un ser al que se le permitía sobrevivir solo por que el chamán indicó que era importante para la tribu, al parecer los espíritus nos favorecerían en la caza gracias a su existencia, por lo que en el reparto de la carne tenía su parte como un varón soltero. Su única posibilidad de supervivencia pasaba por sobrevivir el invierno y aguardar a la primavera, en la gran reunión de las tribus reunirse con alguna de sus hijas e irse a vivir con ellas ejerciendo de abuela.

Entonces no lo sabíamos, pero la especie humana es la única en la que las hembras pierden la posibilidad de procrear a una cierta edad, tiene su lógica desde el lado de la supervivencia de la especie, una madre anciana que falleciera con un hijo de corta edad, éste tendría pocas posibilidades de sobrevivir, con el climaterio, ésta hembra ayudará en la crianza de los hijos de sus hijos, favoreciendo así el éxito y la continuidad de sus genes.

Plama se me quedó mirando con su mirada extraviada, apenas creía que me estaba hablando a mí.

-          Tú lo encontrarás

-          ¿A quién?

-          Al que lo hizo, seguro que lo harás. Te vengo contemplando desde que eras un niño, eres observador y muy inteligente, por favor dime que lo harás.

Mi vista volvió al cadáver, un hombre enjuto, con una gran calvicie por la que sufría en los crueles inviernos de esta tierra, su rostro lo encontré raro, en vez de la lividez normal de quienes abandonan su cuerpo para acudir con el gran espíritu, la cara tenía un cierto tono azulado y los ojos se le salían de las órbitas, parecía un búho bizco.

Rajy el jefe de la tribu, se me acercó y me interpeló agriamente.

-          ¿Qué miras, Atoño?

-          Observo al cadáver nada más, es muy raro.

-          ¿Qué es raro?

-          No parece haber muerto en su sueño.

-          ¿Qué insinúas? ¿No pensarás que tenemos un matador de hombres en mi tribu?

-          No lo sé, pero es muy raro, parece como si le hubieran impedido respirar, tiene en la cara el mismo color que aquél niño que murió hace dos primaveras atragantado por un hueso, se le puso la cara del mismo color.

-          También puede haber sido del frio, en invierno todos tenemos ese color.

-          Si, pero estamos en la luna de los caballos de la pradera y solo las viejas duermen con pieles.

El jefe calló, seguro que no tenía más razonamientos que oponer a los míos, era inconcebible que dentro de nuestro pequeño grupo pudiera haber alguien capaz de quitar la vida a otro miembro de la tribu, apenas conocía a alguien capaz de haber hecho algo así, siquiera en los pocos enfrentamientos en tiempos de sequía por un pozo de agua, o la invasión de territorios de de caza por otra tribu se producían fallecimientos, todo quedaba en descalabraduras y tumefacciones varias, raramente un miembro roto y cadáveres casi nunca.

Me alejé del lugar, en la entrada de la cueva me encontré a muestro tallador de piedra, tenía entre sus manos una piedra de sílex y con golpes precisos la iba tallando dando forma de tortuga, estábamos muy orgullosos de nuestra habilidad en la talla, hacía muchas generaciones que habíamos aprendido la técnicaLevallois, a pesar que estábamos entrando en el Paleolítico Medio.

-          Si me vas a hablar, aguarda un momento.

Y es que estaba en el momento clave, con un buril de asta de ciervo, apretando en el talón de la piedra, hizo soltar la tortuga con un golpe preciso, el resto ya era solamente retocar y sacar lascas más finas.

-          ¿Qué se te ofrece joven Atoño?

-          ¿Te has enterado de lo de Carrana?

-          Las noticias vuelan, sobre todo en un espacio tan pequeño?

-          Tú le conocías bien, habías sido compañero de partida.

-          Y como otros muchos, aprendí a odiarlo, no es ningún secreto, me alegro de su muerte, ojalá no encuentre el camino hacia los cazaderos eternos.

-          Pienso que le mataron cuando dormía.

-          ¿Y piensas que he podido ser yo?

-          No sé qué pensar.

-          Aunque lo hubiera hecho, jamás lo confesaría.

Eso entraba dentro de toda lógica, hay una ley consuetudinaria que dicta terribles castigos para el matador de otro hombre de su mismo clan, sería expulsado sin poderse llevar nada entre sus manos, no tendría tótem y sin él, ninguna tribu le acogería en su seno.

Frente a mí se encontraba Brja, una mujer solitaria, tenía una labor importante en la tribu, conocía como nadie las plantas, hierbas y frutos del bosque, sabía los que eran comestibles y cuando estaban en sazón y evitaba que recolectásemos los que eran tóxicos. Tenía una sonrisa extraña, más que una sonrisa era un rictus entre alegre y triste.

-          Mírame. Me espetó. Yo también me alegro de la muerte de ese malnacido, ojalá vague eternamente por el valle de las sombras y se encuentre un invierno perpetuo sin una piel que lo cobije.

-          ¿Tanto le odias? ¿Qué te hizo a ti?

-          Mató a mi hijo, sé que no es así, pero su cobardía hizo que me quedara sin hijo, sin mi guarda para la vejez, no cerró el círculo y huyó del acoso del uro, mi hijo quiso cubrir su puesto y fue corneado hasta morir.- Acompañó a sus palabras escupiendo hacia el lugar donde se encontraba el cadáver.

Todas estas historias eran nuevas para mí, acababa de salir de la edad de los juegos y de ayudar a las mujeres a recolectar frutas y bayas y de atender el fuego de la caverna acarreando leña, labores fáciles para un niño, apenas había acompañado a los adultos a cazar en vez de solo  ayudar a descuartizar las presas.

Confuso casi tropecé con el chamán que venía a realizar las labores para el viaje al otro mundo del muerto. Prdiñs me cogió del hombro y me obligó a sentarme con él en un tronco.

-          Joven Atoño, veo que andas preocupado por la muerte de Carrana.

-          Su mujer me dijo que intentase descubrir a su matador, cree que no fue una muerte casual, que alguien lo mató, y yo pienso lo mismo, hay demasiadas cosas oscuras en su muerte y la maldad flota en el ambiente.

-          ¿Y qué vas a conseguir con eso?

-          La verdad.

-          ¿Crees que la verdad te hará más feliz? ¿Le devolverá la vida? Él está muerto y de esa situación no se mutará, la verdad solo puede causar más dolor.

-          Pero si logro dar con su matador, todos me conocerán y valorarán este hecho, es posible que en las hogueras se hable de mí durante muchas noches de invierno.

-          Vanitas, vanitatis.* ¿Y crees que vas por buen camino? Necesitas pensar mucho más de lo que haces ahora y sobre todo observar, ver lo que otros ojos no ven, sentir lo que otros no sienten, sin ir más lejos, en este caso has pasado por alto múltiples detalles.

-          ¿Como cuáles?

-          Si hubieras dado la vuelta al cadáver hubieras visto cómo en la nuca tiene una grave lesión hecha por un bifaz, lo que nos lleva a deducir que el matador fue el tallador.

-          ¿Entonces, fue él el asesino?

-          Quizás... ¿Le abriste la boca al muerto? Si lo hubieras hecho te habrías dado cuenta que tenía la lengua negra, seguramente por la ingesta de un tósigo que bien se lo hubiera podido administrar Brja, ya que tanto le odia.

-          ¡Caramba! ¿entonces es esa la solución?

-          ¿Quién sabe? Tampoco miraste entre sus vestiduras, a lo mejor hubieras encontrado un dije, que alguien como un chamán le pudiera haber colocado para aojarle y llamar a la muerte a visitarle.

Era terrible aquella revelación, ante mí no tenía una, tenía tres verdades y tres culpables de un hecho tremendo ¿Cómo demostrarlo? Ya entre varios miembros de la tribu transportaban al cadáver hacia el interior de la cueva, donde se abría una gran sima en la que arrojábamos los cadáveres de los miembros de la tribu que morían en este lugar, no solían ser muchos, la mayoría lo hacían en las cacerías o en los traslados de primavera y otoño, generalmente los viejos que no podían resistir las fatigas del viaje.

¿Había fracasado en mi misión? Quién sabe, no lo creía así, a la postre había dado con los asesinos, una confesión había logrado aunque el crimen quedase sin castigo, quizás es que los pecados del muerto no lo habían merecido, éste debería buscar la expiación por otro método, me fui silbando hacia el interior de la cueva, un amigo mío estaba pintando unos bisontes en las paredes y el techo y francamente no le estaban quedando mal.

 
*¿Que los Cromañón no hablaban latín? Y tú qué sabrás, listillo
 

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