jueves, 31 de mayo de 2012

Dolor y anhelo


Tierra de nadie ¡qué ironía! En unos instantes un trozo de esa tierra sería mío a perpetuidad, comenzaba a darme cuenta de ello, casi como un alivio, como una liberación, a pesar que apenas sentía dolor ya.
No lo había oído ni sentido llegar, la muerte siempre es silenciosa cuando viaja, imaginaba que no fue un proyectil, más bien una esquirla de algo más grande que me llegó de rebote, recuerdo mis lecturas de Galdós, en especial Trafalgar, donde narran el temor que sentían, no a los cañonazos en sí, sino a las esquirlas que saltaban cuando los proyectiles golpeaban la madera de la que estaban hechas las embarcaciones de la época, también recordaba el hecho que esparcían arena en las cubiertas para fijar la sangre que aquellos desventurados a bien seguro, iban a regar el suelo con ella.
Aquella evocación me facilitaba el evadirme de la realidad haciendo que mi agonía fuese más tranquila, sabía que no podía durar mucho, mis manos agarrotadas eran incapaces ya de sujetar mis vísceras, en un momento mi instinto me impelió a rodear mi vientre con las dos manos en un intento vano de evitar que mis intestinos cayeran al suelo, pues al cabo, rodé por el suelo enredándoseme estos con los pies, juntándose con las inmundicias que había en el suelo. - ¡Agua! – Conseguí musitar, no tenía claro si era por una sed que no tenía o sencillamente por un acto de pura higiene, para lavar aquella parte de mi cuerpo que se escapaba de mi control.
Una frialdad se iba apoderando de mis piernas, de rodillas para abajo era incapaz ya de sentir nada, al mismo tiempo mis sentidos se iban adormeciendo, mi mano izquierda colgaba ya exangüe junto a mi costado, poco a poco voy notando como la vida se escapa de mi cuerpo, ya apenas soy consciente de lo que ocurre a mi alrededor, en la seguridad de que voy a morir solo, lejos de mi casa y de mis seres queridos, sobre todo de mi madre, confirmo así la regla, la terrible experiencia de la guerra dicta que los moribundos casados llaman a su mujer, los solteros inevitablemente siempre llaman a su madre.
Cierro por fin los ojos, total apenas me servían de mucho, las tinieblas hacía tiempo que los nublaron, respiro como puedo buscando el descanso.





Seguro que nadie está dispuesto a ello, pero creo que yo sí, ya estaba dispuesto para una nueva sesión, notaba como poco a poco todo mi cuerpo iba teniendo sensibilidad y con ella el dolor, un dolor acerbo e intenso, todas las terminaciones nerviosas estaban alerta y mandando impulsos al cerebro indicando su disposición a recibir más dolor, el atontamiento y la insensibilidad que me había dejado el verdugo después de sus golpes repetidos, comenzaba a  remitir, incluso el pulgar que por descuido me había arrancado de cuajo, también me dolía, cosa que me parecía extraordinaria, cómo un miembro que tiempo ha las ratas se disputaron, puede causar tanto dolor.
Lo peor es que él seguro que se daría cuenta enseguida, no tardará mucho en hacer su ronda para observar su obra, la maestría en un verdugo es la que se consigue haciendo vivir a la víctima por más tiempo del que nadie, ni la propia víctima es capaz de imaginar, un tira y afloja atroz cuyo fracaso es la muerte.
No basta con confesar lo que se solicita, hay que llegar más allá, infligir un castigo del que uno ya no se pueda recuperar ni física ni mentalmente.
Al llegar al punto donde yo me encontraba, anhelaba con pasión la muerte, pero esta tardaría aún, la pérdida del pulgar era pecata minuta con lo que el verdugo había hecho en la geografía de mi cuerpo, el primer día me quedé sin las uñas de las manos y el segundo sin las de los pies arrancadas con maestría con unos alicates de carpintero, luego fueron saliendo de mi cuerpo las orejas el cabello acompañado del cuero cabelludo y varios trozos de mi anatomía gracias a los citados alicates.
Nunca volveré a caminar normalmente, los varetazos sufridos en la planta de los pies me impedirán hacerlo sin cojear ni anadear, amén de los daños en las rodillas por golpes varios. Luego tras unas cuantas sesiones de potro, mi columna tornó sinuosa cual cadena de montañas, seguro que habré crecido a consecuencia de ello, algunas pulgadas.
En fin, torna ya mi ejecutor, por lo que mi mente se presta a recibirle, espero que esta vez no esté tan presto y pueda darle descanso a mi alma.



7 comentarios:

  1. No volveré a caminar normalmente, dice. Ni a comer decentemente después de enredarse las piernas con los intestinos...joder, si sentía yo el dolor!!

    Muy bueno. Un abrazo

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  2. Hoy te noto un poco negativo, Jose Antonio.. una muerte lenta, prefiero las horitas cortas, como dicen las abuelas. Como Javir, he sentido el dolor en carne propia.
    Un abrazo, feliz finde!

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  3. Uy, Jose Antonio, brutal entrada y de acuerdo con los amigos de mas arriba, el dolor era casi palpable. Besos.

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  4. ah! qué angustia :)
    leerte es vivir intensamente el sufrimiento del reo, sabiendo que no morirá puesto que el verdugo es un verdadero profesional.

    Qué bien escribes!

    un abrazo

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  5. Você é um mestre com as palavras...

    Beijo carinhoso.

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  6. Hola J.A.
    Oye que te pasa... menuda escabechina. Anda que como has dejado al pobre protagonista de tu historia, este no vuelve a aparecer por tu brote de inspiración en la vida, ya te puedes buscar a otro que torturar en tus siguientes relatos... je,je,je.
    Un abrazo

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  7. Jajaja no puedo evitar reirme del comentario de APU, porque tiene toda la razón. En lo que a mi respecta me ha atrapado la lectura de tus dos historias, has hecho unas descripciones magistrales de los últimos momentos de sufrimiento previos a la muerte, tan precisas que casi las siente el mismo lector ¡pobres! Muchas felicidades. Un beso y disfruta de tu fin de semana,

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