miércoles, 26 de febrero de 2014

Detective por sorpresa VI

Me estaba convirtiendo en un investigador de fin de semana, pero obviamente por razón de mi trabajo no podía hacer otra cosa, otra semana volcado en mi trabajo, deseando que llegase el viernes para poder dedicarme a la investigación que me corroía por dentro, había avanzado en mi investigación de todas formas, más de lo que nunca llegué a imaginar averiguando incluso cosas que no había conseguido la policía.
El viernes se presentó con mil dudas, no sabía muy bien dónde dirigir mis pasos este fin de semana, por lo que ante mis dudas, me senté a esperar que me llegase la inspiración.
Lo que sí que recibí fue la llamada de Rosa, una antigua compañera de trabajo, dueña de una curiosa historia. Al año de casarse enviudó repentinamente, la carretera la hurtó la compañía de su marido, lo que nadie en la oficina pensaba es que las hormonas bullían en su interior, pobre, con veintidós años se veía muy sola, demasiado para todos los años que contaba vivir, lo que la llevó a una interesante estrategia de pesca con anzuelo. A los cuatro meses de enviudar se despojó de su luto mental y comenzó a lanzar el cebo en cualquier río e incluso charco donde hubiera peces, preferiblemente besugos o más bien salmones desenfrenados por llegar al final del arroyo para copular con cualquier hembra dispuesta a ello. Además ponía como aliciente el morbo de hacerlo con la pobre “viudita”, ideal para mentes calenturientas:
Creo que fui de los primeros a los que mostró el tentador cebo, pero siempre hice caso de Cela y su frase “donde tengas la olla, no metas la p...” Y es que los líos entre compañeros de trabajo no suelen salir bien, además no estaba seguro que solo me quisiera para un “apaño” sino más bien creo que pensaba para un emparejamiento sin fecha de caducidad.
El siguiente pececillo se tragó el anzuelo con sedal y todo, un pollito obeso y obseso al que los granos que marcaban su cara, indicaban la verosimilitud del dicho que indicaba que el onanismo produce erupciones cutáneas. Al principio alardeaba entre los compañeros de la cantidad e intensidad de los encuentros carnales con la viudita de marras, solía rematar la erudita charla con un: -Pues sí tenía hambre la pobrecilla.
Al poco tiempo al chaval ya no le empezó a gustar el hacernos partícipes de sus habilidades en la cama, ni consentía chistes sobre ello, por lo que dedujimos que la fase dos, o sea el noviazgo había comenzado, éste fue muy breve pues al poco de celebrar el aniversario del óbito del primer marido, llenó el libro de familia con una página más.
A los dos años se marcharon de la empresa y les vi esporádicamente, supe que tuvieron una hija y que hacía unos años se habían separado, al parecer el pececito había caído en las redes de la ludopatía, lo que llevó a la destrucción del vínculo, no somos nadie.
Realmente no me llamó por teléfono, sino por ese invento del diablo llamado “guasap” o algo así, realmente me pareció increíble que me hubiera localizado, pensaba que ella hubiera perdido mi número de teléfono a la par que yo perdí el suyo “quid pro quo”.
No sé muy bien si es cierto que la curiosidad mató al gato, pero a mí me picaba (la curiosidad) de saber algo de su vida, suponía que el tiempo, la edad y sobre todo la menopausia, habrían atemperado sus instintos depredatorios, por lo que acepté tener una cita con ella, por supuesto sin que lo supiera mi mujer.
Ella insistió que quedáramos en su barrio para tomar unas cañas en un bar que conocía donde cantaba las excelencias de sus tapas, como buen caballero que soy, acepté y el sábado por la mañana me encaminé hacia la cita. Allí, en la salida del metro, me aguardaba ella sonriente, después de los dos besos de rigor, caminamos por un bulevar aledaño mientras conversábamos contándonos las nuevas en nuestras vidas. La encontré con buen aspecto, pocas líneas de expresión en su rostro y el mismo tipo enjuto pero con las justas redondeces en los lugares adecuados.
Llegamos a la puerta de un bar que estaba cerrado por descanso del personal, “casualmente” era el tan alabado por ella y “casualmente” era en la puerta de al lado de su casa, ante su insistencia de pasar a tomar unas cervezas que ella siempre guardaba frescas en su refrigerador, no tuve más remedio que aceptar.
Entramos en su casa y me dijo el consabido: -Ponte cómodo.- Así que me senté en el sofá, un poco envarado, para qué negarlo. Ella desapareció en la cocina y al poco apareció portando en sus manos dos vasos llenos de cerveza, lamenté no haberla dicho que no bebía alcohol, supongo que por un día no pasaba nada.
Seguimos charlando sobre nimiedades, como si ya hubiéramos agotado todos los temas que teníamos en común, dejé en la mesita mi vaso de cerveza casi vacío y al recostarme en el sofá algo se me abalanzó sobre mí, cerré los ojos por puro pánico y abrí la boca, justo a tiempo pues otra lengua que no era la mía se introdujo en ella. No fue lo único, una mano que no era la mía se introdujo entre la cremallera de mi pantalón, hubiera jurado que la llevaba cerrada no hacía mucho. Todo esto hizo que mi cuerpo se negara a responder a mi mente y solo atendía a los impulsos de yo qué sé qué órgano que pulsaba mi sangre por todas mis extremidades, todas.
Entre ellas se encontraban mis manos, por más que intentaba detenerlas, ellas se hicieron con el cierre del sujetador de la fiera que me estaba devorando y a la primera (!) conseguía desabrocharlo, por lo que enseguida hubo un cambio en lo que se introducía en mi boca, ahora era un pecho lo que ansiosamente besaba.
El cambio de posición hizo que me encontrara con ella sentada sobre mí y que mi miembro se introdujera con su ayuda dentro de ella, Dios mío – Pensé. - ¿Acaso no llevaba bragas? Pues no recordaba habérselas quitado.
Después de un intercambio de fluidos, ella por fin me liberó de su mortal abrazo por lo que pude relajarme y equilibrar mi respiración. Se hizo un silencio entre los dos que me incomodaba sobremanera, sentía el irrefrenable deseo de romperlo, pero a la vez sabía que debía decir algo realmente conveniente, así que me arriesgué.
-        ¿Así recibes a todas tus visitas?
-        A ti sí, ya te tenía ganas.
-        Qué susto, pensaba que era con todos, incluido el que viene a revisar el contador del gas.
-        Desde luego no has cambiado nada.
-        Tú tampoco.
Después de ducharme, corrí como alma que lleva el diablo y me marché a casa andando a marchas forzadas para conseguir sudar un poco, no es que fuera muy ducho en el arte de engañar a mi mujer, pero no quería que un olor extraño delatase mi infidelidad.
Me sentía a la postre como el pececillo que no quería ser, había picado en el anzuelo, no voy a negar que había recibido mi compensación, pero no tenía nada claro que fuera a volverla a ver.

El resto del fin de semana lo dediqué a leer y a estudiar, cosas ambas que tenía algo abandonadas, quizás sirvió como expiación, o no.



Safe Creative #1403010278657

viernes, 21 de febrero de 2014

Detective por sorpresa V

Todos tenemos un enemigo acérrimo en nuestra vida, Supermán tiene la kriptonita, Batman al Joker, Serlock Holmes a Moriarty y yo tenía a mi primo Tomasín.
Era como el repelente niño Vicente. Un año mayor que yo, por lo que era más fuerte y al ir un curso adelantado, mucho más listo, era repelente hasta la nausea, cada trimestre me pasaba por las narices sus asquerosas notas plagadas de sobresalientes, a mí francamente me importaba un bledo, pero para mis padres era el ejemplo del hijo perfecto y sabía que tardarían pocos instantes en recordarme las notas de mi primo con la aborrecible coletilla: “aprende de tu primo”
Siempre en los juegos abusaba de mí y de mi hermano, por supuesto que nos ganaba en los juegos reunidos Geyper incluso en los de puro azar, por lo que es de creer que alguna trampa nos hacía. Las visitas a su casa eran un suplicio en el que contábamos los minutos que nos faltaban para volver a nuestra casa y dejarle con sus insidias.
Un año, para nuestra desgracia, mis padres le invitaron al veranear con nosotros a Alameda. ¡No me lo podía creer! Siquiera en el verano ese año íbamos a perderlo de vista, mis escapadas por el valle, mis paseos, mis chapuzones en el rio, mis cacerías de ranas, renacuajos y cualquier sabandija que se pusiera a tiro, los juegos con mis amigos en las escuelas, mis meriendas al ocaso de pan con bacón, todo esto iba a quedar empañado al tener a mi lado a esa rata apestosa que es mi primo.
Desde el primer día nos hizo saber quién era era el macho alfa  de la manada, dejándonos en un discreto segundo plano a mi hermano, a mí y a mi amigo Ricardito (curiosa la manía imperante de diminutivizar los nombres de los niños tenían nuestros padres, de la que no me libraba, mi nombre quedo reducido a Toñín) Los días fueron transcurriendo bajo la implacable dictadura de Tomasín, pues él se quedaba con las varas de fresno más rectas, su bote era el que más renacuajos tenía y en el río era implacable haciéndonos ahogadillas, todo esto completado con el reparto diario de capones para que nos se nos olvidase quién era el que mandaba.
¿Cómo podía ser que un niño pidiese a Dios que terminase de una vez el verano, para poder empezar las clases? Así de esa forma solo tendría que verlo un par de veces al mes y no de esta manera, todos los días. ¡Qué lejos estábamos de imaginar que sus días de dictador estaban contados!
Por parte de madre tenía otro primo, Jesusín, que era una mala bestia, había nacido pesando casi cinco kilos, a la comadrona casi se la acaba el hilo de suturar, no es que me llevase bien con él, también tenía tendencia a ser un abusón, pero claro, nunca puede haber dos gallos en un gallinero y lo que tenía que pasar, pasó.
Jesusín pasaba la mitad del verano con sus otros veranos en Albacete y  agosto lo pasaba con mi abuela y mi tía soltera. En cuanto llegó, Mi hermano, Ricardito y yo, corrimos a cobijarnos bajo sus alas protectoras cual pollitos, contándole nuestras penurias pasadas. Jesusín se sulfuró y el medio tornillo que le faltaba, se terminó de desenroscar, bajó hacia el río donde nos aguardaba Tomasín y sin mediar palabra alguna le soltó un sopapo que le mandó KO a la hierba sin esperar al final de la cuenta de diez.
Jesusín había tenido un mal día, había madrugado para venir al pueblo y para su constitución que ya principiaba una obesidad incipiente, las ocho horas de sueño eran sagradas, por lo que la mala baba que le consumía la pagó con el bulto que tenía a sus pies. Un par de patadas en la cabeza del durmiente le hicieron despertar y soltar unos quejumbrosos gritos lastimeros, pero la fiera era sorda a sus ruegos. Por aquél entonces estaba de moda en la plaza de toros de las Ventas y en el campo del Gas, el catch as catch can, es decir la lucha libre americana, por lo que Jesusín quiso emular a nuestros ídolos del ring con unas llaves y unos saltos sobre el maltrecho cuerpo de su rival.
La conclusión fue que afortunadamente éramos cuatro para recoger el derrelicto, cada uno por una extremidad y así llevarlo a nuestra casa para agotar las existencias de árnica que hubiera en el botiquín de mi madre.
Miel sobre hojuelas, después del consiguiente escándalo en nuestra familia, no volvimos a saber nada de Tomasín, su padres y los míos se retiraron la palabra con lo que la aventura fue mejor de lo esperado.
Cuarenta y cuatro años después, nuestras vidas se volvían a cruzar.
-        Tomasín. –Musité.
-        Don Tomás, si no te importa.
-        Qué pequeño es el mundo.
-        ¿No habrás venido a empezar a medirlo en mi despacho?
-        Imagínate, no es por mi gusto el venir a verte.
-        Pensaba que por fin visitabas la universidad como alumno.
-        Sigues errado, ya no me haces daño, tampoco conoces mi vida lo suficiente, para tu pesar te diré que si soy universitario.
Llevaba un par de años matriculado en la UNED, me había dado el gusto de hacer el examen de acceso y aprobarlo, pero mis estudios de historia no avanzaban según mis expectativas, claro que esto no se lo iba a decir.
-        Te diré que el motivo de mi visita es recabar información sobre una alumna tuya que seguro que recuerdas, Ana, casualmente de Alameda del Valle, con la que tuviste alguna diferencia a la hora de valorar su examen y que ahora figura como desaparecida.
-        Si, recuerdo a esa paleta, qué quieres que te diga, me alegro que haya desaparecido, ojalá no vuelva, así me evitará su presencia y el tener que seguir haciéndola la vida imposible.
-        No imaginaba que fueras tan miserable.
Una gran transformación se llevó a cabo ante mí, hasta ese momento Tomasín, Tomás, me hablaba sosegado, pero ahora se levantó de golpe apoyando los nudillos en la mesa haciendo car la silla en la que estaba sentado, las mejillas enrojecieron y los ojos amenazaban con salírsele de las órbitas.
-        ¡Tú no sabes nada! Jamás en la vida me he sentido más humillado, no sabes la de noches en las que apenas cerraba los ojos, se me figuraba la cara del salvaje de tu primo saltando sobre mi cuerpo, me despertaba en medio de la noche empapado en sudor y llorando amargamente. Todavía alguna noche, después del tiempo transcurrido me estremezco solo con recordar aquél aciago día.
-        ¿Y por eso tuviste que pagarlo con la chiquilla? ¿No te da vergüenza? ¿Qué daño te hizo ella?
-        ¿No lo entiendes? Es de Alameda, de aquel maldito pueblo donde nunca debí ir, maldigo a todos los de allí, maldigo a tus padres, a tu primo y sobre todo ¡Te maldigo a ti!
-        Das pena, eres un enfermo ¿De qué te sirve tu tan cacareada inteligencia? Éramos unos críos, nada debió salir de allí, a ti te pegaron y tu nos pegabas ¿Qué diferencia hay? No te odio, te olvidé hace muchos años, no eres nada para mí.
Lentamente recogió del suelo la silla y la volvió a colocar, se sentó en ella y apoyando los codos en la mesa se tapó la cara con las manos pesaroso. Esperaba que no tuviera el mal gusto de ponerse a llorar delante de mí.
-        ¿Sabes algo sobre la desaparición de Ana?
-        No ¿Acaso soy el guardián de mi hermano?
-        Espero que así sea, si tengo alguna duda vendré y comprobaré si todavía me puedes, o mejor aún, traeré a mi primo Jesusín.
Una risotada surgida del averno me despidió, babeando, con los ojos inyectados en sangre y la mirada perdida, abrió un cajón de la mesa y extrajo de él una pistola con la que apuntó al techo mientras me gritaba:
-        ¡Venid! ¡Venid, si os atrevéis, os estaré esperando!
Abandoné el despacho entre la mirada atónita de los curiosos atraídos por sus gritos.



Safe Creative #1403010278657

martes, 18 de febrero de 2014

Detective por sorpresa IV

Afortunadamente el director no me acompañó por el bien del inquilino de la habitación. Dentro, una espesa niebla desdibujaba los contornos del interior. Rompí a toser desaforadamente sin poder parar, lo peor de todo es que el humo no estaba provocado por la incineración de tabaco, había alguna otra sustancia que lo acompañaba.
-        Por Dios, abre la ventana. – Conseguí decir entre varias series de toses.
-        Espera colega que pongo el extractor.
Un ruido mecánico me avisó de que estaba en marcha el aparato salvador. A partir de unos instantes la habitación me devolvió por fin el aspecto interior más definido, además de los muebles iguales a los de la habitación de Ana, unos fluorescentes colgaban del techo para dar luz y calor a unas plantas herbáceas de la familia Cannabaceae, se veía que era un tipo sensible que mimaba a sus plantas, otros plantaban geranios, me dije.
-        ¿Y bien? – Me interrogó.
-        Perdona por mis disculpas. – Creo que la exposición al humo me empezaba a pasar factura. – Mi nombre es Jose Antonio y vengo comisionado por los padres de Ana para buscarla, también tengo la autorización del director para hacer preguntas a los alumnos por si tuvierais conocimiento de algo especial en la vida de Ana.
-        Pues mira, tío, apenas tenía contacto con ella, siquiera en el plano profesional.
-        ¿Profesional?
-        A ver si te crees que todo esto me lo voy a fumar yo solo.
-        Y no temes que el director…
-        ¿Ese? Si es un “pringao”, no se atreve a venir por aquí.
-        ¿Y eso?
-        Hombre, muy sencillo, por cuestiones familiares, mi padre es un baranda del régimen.
-        ¡Ah! Ya me parecía tu rostro familiar, eres el hijo de…
-        Cierto, y … es el que más pelas le da al “pringao” del director.
-        De todas formas, el pring... el director también come en el mismo pesebre que tu padre, lo digo por las fotos de su despacho.
-        Es un pobre hombre, se cree  que siendo un lacayo de los barandas le van a dejar ponerse al mismo nivel, además de un chalet, le hace falta algo más para codearse con la gente de la calle Génova.
-        ¿Tiene un chalet?
-        Si, joder, en Campo Real en una urbanización en las afueras.
-        Me pones a huevo la pregunta ¿Cómo lo sabes?
-        Porque su hijo es uno de mis clientes, mientras el padre intenta ganarse la vida, el hijo se monta unos fiestones de lujo. Por cierto, la chica esa…
-        ¿Laura?
-        Sí, eso, es que soy muy malo para los nombres ¿Tú crees que será por fumar maría?
-        Quién sabe, volviendo a Laura ¿Seguro que la viste allí?
-        Sí, pero no te molestes en preguntar a su padre, él no tiene ni idea de lo que hace su hijo, es un cabrón con pintas y suele venir por aquí también para ver si caza algo.
-        ¿Y caza?
-        Siempre hay un roto para un descosido.
-        No me imagino a Laura así.
-        Las tías son así de raras, viene un menda con unas pintas raras pero con mucha boca y se dejan liar.
-        ¿Sabes si la policía le interrogó?
-        ¿Los maderos? Ni saben que existe.
-        ¿Dónde lo podría encontrar?
-        Búscalo por los polígonos de Alcorcón o Móstoles los sábados por la noche en las carreras ilegales.
-        ¡Joder! Vaya elemento.
-        Es lo que tiene ser un buen hijo de papá.
-        ¿Y no le podría preguntar a su papá?
-        Allá tú, él no sabe nada de las andanzas de su hijo, ni aquí, ni en su chalet, si le preguntas lo negará todo y no mentirá.
-        ¡Vaya! Me gustaría hablar con el niñato ¿por cierto cómo se llama?
-        Aquiles, como el héroe ese que se casó con la Angelina Jolie.
-        Brad Pitt ¿Te puedo dejar una nota con mi teléfono por si viene a comerciar contigo? Dile que es muy importante que se ponga en contacto conmigo.
-        Vale, pero no te garantizo nada.
Salí de la habitación aliviado por dejar de respirar los peligrosos efluvios que flotaban por allí, pero preocupado, mi investigación avanzaba, había alguien que había tenido relación con Ana y a quien la policía no había interrogado. Lo peor es que no veía la posibilidad de hacerlo por mí mismo a no ser que se pusiera en contacto conmigo, ni hablar de decírselo a su padre, éste no conocía las andanzas de su hijo por lo que de poca ayuda me serviría su conocimiento, aparte de que no le haría mucha gracia enterarse por mi parte de los pecadillos filiales.
 Mi segunda parte del plan era, ya que me hallaba junto a Moncloa, acercarme a la facultad donde Ana cursaba sus estudios. Tomé el autobús “A” pues su facultad estaba en Somosaguas. Nada nuevo bajo el sol, dentro del bus las mismas caras de los estudiantes que año tras año deambulaban por Madrid, chicos y chicas de todos los pelajes, siempre con un aire progre aunque últimamente se imponía el estilo punk, ropa rota, remendada y desteñida de colores terriblemente chillones acorde con las pelambreras que adornaban sus testuces. Supongo que el pensar: “¡Dios mío! Estos son el futuro del país” no me llevaría a nada, desde la noche de los tiempos se ha venido diciendo esta frase con referencia a las generaciones anteriores, por gente que a su vez escuchó esta frase de sus ancestros.
Me apeé del autobús y entré en el edificio, en la entrada dentro de su cabina estaba el conserje, ocioso como estaba me indicó amablemente la ubicación del aula donde estaba el curso de Ana, en ese momento no había clase y varios grupos de estudiantes se habían formado, saqué la foto de Ana y la fui mostrando a todos los integrantes del grupo más próximo a la puerta. Un silencio sepulcral se formó cuando vieron la foto, me iba a costar algo más de lo pensado desatar las lenguas de los presentes.
-        ¿De verdad no la conocéis? Mirad, necesito vuestra ayuda, no soy policía ni periodista, vengo por encargo de sus atribulados padres, necesito vuestra ayuda, imaginad cómo lo están pasando, cualquier cosa, por nimia que parezca puede ayudarme mucho.
Después de un cruce de miradas entre todos, sin que nadie se atreviera a intervenir, una chica de cabellera con rastas me habló.
-        Mira, no sé quién eres y si de verdad eres lo que dices, realmente no aparentas ser un madero, por lo que no me importa decirte lo que sé, que es lo mismo que sabemos todos. Ana apenas tenía tratos con nadie, apenas lo justo para pedir o prestar apuntes si alguien se los pedía. Cuando acababan las clases se marchaba y santas pascuas.
-        ¿Qué tal estudiante era?
-        Del montón, aprobaba sin complicarse la vida, pero nada más, se esforzaba lo justo.
-        ¿Se llevaba bien con todos?
-        Si, ya te digo que nunca tuvo un problema con nadie, excepto…
-        Excepto… - La apremié.
-        Esto no te lo he contado, que luego todo se sabe y no tengo ganas de problemas.
-        De acuerdo, dispara.
-        Tuvo varias agarradas con el catedrático de derecho, el año pasado  la suspendió y ella reclamó una revisión del examen, y después de una buena pelotera, él no tuvo más remedio que aprobarla, este año, en el primer cuatrimestre pasó lo mismo, tuvo que volver a pedir la revisión para aprobar, ella comentaba que era de manifiesta injusticia su suspenso.
-        ¿Había alguna razón para que el catedrático la tuviera esa inquina?
Otro incómodo silencio se cruzó en nuestra conversación, todos de repente miraron al suelo, como si no se atreviesen a mirarse a la cara casi avergonzados de su conocimiento.
-        ¿Y bien? – Insistí.
-        Esto como comprenderás no lo sabe la policía ni nadie, sería la palabra de un alumno contra la de un señor catedrático, además de que nadie nos creería, imagínate las represalias que podrían tomar. Pues bien, al parecer todo partía del pueblo de donde era Ana, ella comentó una vez que la había llamado paleta y que viniendo de ese pueblo no podía aspirar a ser nada en la vida.
-        ¿Sabéis de qué pueblo era Ana?
-        No, ni idea, ella nunca nos lo dijo.
-        ¿No hay nadie de pueblo por aquí que haya tenido problemas?
-        Eso es lo que nos pareció raro, aquí hay mucha gente de pueblo y nunca nadie tuvo problemas con él.
Al final había sacado más que la policía, había tenido mucha suerte, no me podía quejar, como no tenía más que preguntarles, les agradecí su inestimable ayuda y volví hacia la conserjería, allí el conserje no se había olvidado de mí y seguía siendo igual de atento, empezaba a sospechar que su amabilidad se debía a que pensaba que yo era un periodista, antes de que su verborrea me abrumase, conseguí que me indicara la dirección del despacho del catedrático de marras que tantos disgustos dio a Ana.
Llegué a la puerta del despacho y la encontré abierta, toqué con los nudillos en el cerco de la puerta y solicité:
-        ¿Se puede?
-        Adelante.
Me respondieron desde el interior. Di dos pasos hacia la mesa donde me aguardaba y al acercarme no pude por menos que exclamar:

-        ¿Tú? ¡No puede ser!


Safe Creative #1403010278657

jueves, 6 de febrero de 2014

Detective por sorpresa III

III

La semana transcurrió plácidamente y más con la cantidad de elementos que había conseguido con los mil euros de mi pareja de clientes, además de una cena con mi mujer terminando la velada en un teatro.
En el trabajo cada vez que podía, me conectaba a internet buscando cualquier información general sobre el caso que me ocupaba, entré en las hemerotecas de los periódicos, pero solo informaban sobre conjeturas e información muy general y conocida por mí, no encontré nada especial.
Llamé así mismo al director del Colegio Mayor Nuestra Señora del Abeto, para solicitar una entrevista con él, preferiblemente el viernes por la tarde, aprovechando que no trabajo en ese día y en ese horario, al otro lado del teléfono una voz ronca y potente tras unos segundos de vacilación y ante mi insistencia en el hecho de que iba autorizado por los padres, aceptó la visita.
Pensaba que era el movimiento más lógico que debía hacer, primero hablar con el director y conseguir después su permiso para echar un vistazo al dormitorio de Ana e intentar hablar con sus vecinos de cuarto y posibles amistades que tuviera en el Colegio. A continuación pensaba ir a la facultad donde intentaría también localizar a personas que la conocieran. A partir de ahí, poco me venía a la cabeza sobre otros pasos a dar, según se dieran mis dos visitas, así seguiría con mi investigación.
Me sentía un detective dominguero, solo podría ocuparme del caso los fines de semana lo que no sabía era como podría acomodar mi horario de trabajo a mis actividades de investigación. El viernes por la tarde, después de comer me acerqué a Moncloa, en la calle San Francisco de Sales se hallaba el Colegio Mayor, en conserjería me presenté y advertí que el director me aguardaba. Después de la pertinente comprobación, el cancerbero me abrió las puertas y me indicó como llegar al despacho, al ver la puerta cerrada, llamé con los nudillos antes de girar el picaporte y pedir permiso.
-        ¿Se  puede?
-        Adelante, pase por favor.
Ante mí, en un despacho de paredes forradas de madera, la figura del director se asomaba detrás de un recio escritorio de madera noble, nada que ver con los existentes en la oficina donde trabajo, muebles más funcionales de tiras de madera prensada. A su lado en un armario bajo, unas fotografías enmarcadas en plata, mostraban a mi anfitrión junto a un expresidente del gobierno de cómico bigotillo y otra con el actual presidente. Al lado una banderita de España enrollada en sí misma, no terminaba de ocultar que el escudo que portaba era de otra época del siglo pasado.
-        Buenas tardes, mi nombre es Jose Antonio y como ya le dije por teléfono, los padres de Ana me han comisionado para que indague sobre su desaparición.
-        José Luis Carrasco, esto es realmente irregular, pero todo sea por el bien de Ana.
Me tendió una sarmentosa mano tan escurrida y huesuda como él. Alto, delgado y casi calvo en su totalidad, parecía que se escudaba tras unas gafas de un modelo pasado de moda, la camisa le quedaba holgada y por la abertura del puño una línea azul indicaba que ocultaba un tatuaje, no de color sino más bien de un color azulado como los que recordaba haber visto a legionarios o ex presidiarios.
-        Lo primero que se me ocurre es preguntarle si hay algo especial o nuevo además de lo que declaró a la policía.
-        No, en absoluto, nada nuevo.
-        ¿Algún otro alumno se ha dirigido a usted, con nueva información?
-        Nada, ya le digo.
-        Respecto a la vez que llegó ebria y usted tuvo que llamar a sus padres ¿Qué me puede decir?
-        Pues lo mismo que le dije en su momento a sus padres, el conserje detectó que llegaba en un estado calamitoso, es más la tuvo que llevar en brazos hasta su habitación. A continuación llamó a urgencias pues estaba cerca del coma etílico.
-        ¿No le avisaron a usted primero?
-        No, el protocolo es muy claro. Al ser un sábado por la noche, no hay servicio médico en el Centro, por lo que se llama directamente a urgencias, luego se abre un parte de incidencias que me llega a mí el lunes por la mañana.
-        ¿Sabe si llegó sola o venía acompañada?
-        Al parecer según me contó el conserje, la trajeron en un coche y ella como pudo llegó sola hasta la puerta, no llegó a ver a nadie.
Mientras le hacía preguntas, no dejaba de frotarse las manos y mover los ojos de un lado para otro, no era ocasional, más bien parecía su forma de ser, un tipo nervioso, seguro que la úlcera de estómago era una fiel acompañante suya.
-        ¿Tenía Ana muchas amistades aquí?
-        ¿Cómo saberlo? ¿Sabes usted cuántos chavales tengo aquí? Bastante tengo con el control de los empleados, el comedor, poner vigilantes para evitar novatadas, buscar ponentes para darles conferencias de su interés y mil cosas más.
-        ¿Podría visitar su habitación? No sé si se la han adjudicado a otro estudiante.
-        ¿A estas alturas del curso? Imposible, está tal cual la dejaron sus padres cuando se llevaron sus cosas.
Salimos del despacho en busca del ascensor, por el camino le oí mascullar: -Eso me pasa por admitir a paletos muertos de hambre. – Conociendo a su familia, en eso se equivocaba gravemente, después de varias generaciones emparejándose endogámicamente Paco y Elvira tenían abundancia tanto en tierras, como en casas y pajares, de hecho tras vender un par de huertos en terreno edificable, con el beneficio edificaron una casa de tres alturas abandonando el solar de sus ancestros, una vieja casa donde en la entrada, una añosa acacia les daba sombra en el estío. Bajo el árbol mis recuerdos me llevaban a evocar la imagen de varias mujeres, entre ellas mi madre, tejiendo o haciendo ganchillo al amor de una radio.
Abandoné mis pensamientos justo al llegar a la habitación que me señaló como perteneciente a Ana, la cama hecha daba apariencia de normalidad al lugar, abrí los armarios y los encontré totalmente vacíos, frente a la cama, pegados con cinta adhesiva un poster de un cantante de moda y al lado contemplé sonriente una postal de su pueblo. Alameda del Valle relucía en una fotografía hecha desde el puente del río Lozoya, a la izquierda la  figura de la iglesia se imponía sobre el fondo montañosos y algo nevado de los montes Carpetanos, en el centro el camino hasta la plaza del ayuntamiento y a la derecha el viejo sauce llorón que, para mi desgracia, hurtaba precisamente de la vista, la casa de mi madre.
Abrí el cajón de la mesilla y observé que también se hallaba vacío, al intentar cerrarlo noté que no  conseguía hacerlo del todo, había algo que lo impedía, saqué el cajón y tras arrodillarme vi un pequeño objeto al fondo, metí la mano y saqué una pequeña cruz repujada en plata.
-        Una cruz copta. – Dijo el director.
-        ¡Ah! ¿Sí?
-        Sí, bueno, eso parece.
Hubiera jurado que lo vi ruborizarse, las manos le temblaban nerviosamente, me pidió la cruz y se la di, la manoseó dándola varias vueltas, como si fuera una llave en vez de una cruz, se la acercó a los ojos y tras observarla un tiempo, al fin me la devolvió.
-        ¿Le dice algo la cruz?
-        No, no, en absoluto, jamás la había visto.
A mí no me daba esa impresión, pero no podía insistir sin dejarlo por mentiroso.
-        Me la quedaré si no le importa para entregársela a su familia.
-        Bien, me parece muy bien.
-        Para terminar, me gustaría que me autorizara a preguntar a sus vecinos de habitación si la conocían a ella o a sus amistades.
-        No lo sé, esto me parece muy irregular, tenga en cuenta que tengo que velar por la intimidad de mis clientes.
-        No se preocupe, no les molestaré más que lo imprescindible, solo será un momento, unas preguntas, no creo que sea una molestia.
-        Está bien, vamos.
-        Perdón, me gustaría hacerlo yo solo si no hay ningún impedimento, si le ven a usted es posible que no hablasen con libertad.
Se me quedó mirando con cara inquisitorial, Torquemada mismo no me habría mirado con mejor cara después de manifestarle mi ateísmo, al final una nerviosa mirada a su reloj le obligó a decidirse.
-        Mire, yo tengo mucho trabajo que hacer, haga usted lo que quiera, pero por favor respete el centro y no moleste a los chicos.
-        No se preocupe, confíe en mí, solo será un momento.
Apenas musitó una despedida y rápido tomó el camino hacia las escaleras, siquiera esperó el ascensor.

En el pasillo me quedé pensativo, estaba claro que sabía más de lo que quería aparentar. – En fin suspiré, vamos a preguntar a los vecinos. – Y me encaminé hacia la puerta de al lado.


Safe Creative #1403010278657

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails